jueves, 25 de abril de 2013

Amor


Todo herido, molesto y cansado, rodeado por los brazos de la oscura noche, fría y muerta, me encerré en mi mismo queriendo olvidar todo, todo eso que me hacia padecer, todo eso que me hacia enfermar, todo eso que me mataba lentamente.
Dentro de mi mismo tome la ira como mi espada y puse mi mirada certera, molesta y llena de desesperación en aquello que formaba parte de mi esencia, aquello que me hacia humano, fijamente mire a todos los presentes, quienes parecían amables. Y sin nada que decir me lance a herirlos a muerte, a todos, emociones y sentimientos, cada memoria, cada aspecto.
Dentro de mi mismo, guiado por el odio y el resentimiento, luche durante horas incontables contra todos y cada unos, atravesándolos con mi espada de ira, pero aun atravesados, aun cortados, aun golpeados, heridos, se levantaban, y seguían con esa sonrisa en sus rostros, como si no importara el por que de mis acciones.

Hasta que llego el momento en que ya no pude más, y caí. Tirado allí, sentí el suelo frio, igual que mi corazón, y aunque quería levantarme ya no podía, el dolor ya no me importaba, ya no sentía nada, no veía nada, estaba dentro de una burbuja negra de odio, un ambiente contaminado y siniestro.
Cuando de la nada, con sus sonrisas, se me acercaron y rompiendo mi burbuja llegaron hasta mí, en ese momento el frio se fue y empecé a sentir roces en mi cuerpo, podía sentir sus dedos rosando mis labios, sus manos tocando mi pecho, mientras que lentamente se iban combinando, todos, y cada uno, se unían dando origen a un nuevo ser, el cual tenia la sonrisa mas sincera y maravillosa jamás vista por mi ojos. Con una figura familiar, un aroma y una calidez…
Lentamente fue poniendo su cuerpo suave, tierno y desnudo sobre el mío, abrazándose a mí, dejando su rostro junto al mío, dejándome sentir su aliento en mi piel.

Balanceando su brazo izquierdo, puso su mano sobre la mía y lentamente me fue quitándome la espada y teniéndola en su mano la alejo de mí. Sin el odio, sin la ira, me sentí débil, frágil y algo desprotegido, pero todo eso desapareció, cuando sentí el aliento en mi piel, y sin nada que me perturbara, lentamente cerré mis ojos y  la calma volvió a mi alma.

Al despertar la luz del sol acariciaba mi rostro, abrí mis ojos y mire a mí alrededor, ya no había oscuridad, ya no había dolor, ni soledad, solo tú.

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